La destrucción de los principales renglones de la economía cubana, entre ellos el desplome de la industria azucarera, las desgarradoras imágenes que presentan los edificios destrozados por la falta de mantenimiento, las carreteras hundidas, los brotes de dengue y cólera, son daños visibles que han castigado a la nación cubana durante décadas.
Pero hay otros daños que harían demasiado difícil la tarea de reconstruir un país asediado por la represión y la censura gubernamentales, la desinformación ciudadana y el fracaso de la gestión administrativa.
Si contratamos a un economista para que nos diga cómo resolver la crisis cubana, posiblemente este experto nos diría que Cuba, con una superficie de solo 110 mil kilómetros cuadrados y una población que no llega a los 12 millones de habitantes, con azúcar, turismo, níquel, café, tabaco y productos del mar, podría regresar a la normalidad en menos de 24 meses, mediante la aplicación de ciertos principios básicos de la economía de mercado.
Eso diría el economista, pero tal vez la visión de un sociólogo sería diferente. Y la de un psicólogo también.
Hace varios años, el 1 de diciembre de 2009, el oficialista Centro de Investigaciones Sociológicas de Cuba divulgó un informe demoledor, en el que se subraya que conseguir empleo ha pasado a ser la quinta opción entre los ciudadanos.
Ese informe fue citado por el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, mediante un articulo que fue titulado sin el más mínimo escrúpulo de esta manera: "El holgazán: un peligro ideológico".
Refiriéndose precisamente al ciudadano que califica de holgazán, el diario, único de circulación nacional, señaló:
"Difícilmente en el hijo de ese sujeto aniden y se manifiesten mañana sentimientos y convicciones de identificación con el trabajo, si desde la infancia ha percibido beneficios (y hasta privilegios) superiores, incluso a otros compañeritos de estudios, gracias a la supuesta ‘inteligencia’ de un padre que sin doblar la cintura ni sudar la ropa ‘tiene de todo’".
¿Está seguro Granma de que ese padre no dobla la cintura ni suda la ropa y tiene de todo? El titular y el contenido del artículo se hacen más confusos por el largo historial de ese periódico de llamar traidores a los héroes, y héroes a los tiranos.
A finales de 2013, Raúl Castro, luego de liberar hacia el sector privado unos 178 oficios, volvió a la antigua carga marxista, deprimente por cierto, para advertir a los cubanos que no pierdan su tiempo en pensar que podrían adquirir riquezas en esa nueva economía, porque el Estado se encargará de que eso no ocurra.
Y todo ello a pesar de que los oficios liberados están política y administrativamente muy lejos de lo sublime y bastante cerca de lo ridículo en materia de crear riquezas: pelar frutas naturales, limpieza de bujías, lustrador de zapatos, asistente de baños públicos o compra y venta de libros usados.
Vamos, como dijo la periodista Mary Anastasia O’Grady en un artículo publicado en el diario The Wall Street Journal al enterarse de lo que dijo Raúl Castro, "la pobreza cubana está aquí para quedarse".
El punto es que durante más de medio siglo, el Estado socialista, dueño y señor de todos los medios de producción y servicios del país, produjo la sociedad de la desesperanza.
Destruyó el tradicional espíritu de superación y la indetenible creatividad del cubano con discursos triunfalistas en medio de un fracaso general que puede palparse con la punta de los dedos, la escasez acentuada, irracional podría decirse, las promesas falsas, las mentiras, el castigo al ímpetu de progreso y la desolación moral. Y, sobre todo, la negación obstinada de que la democracia y el capitalismo han sido los ingredientes básicos del éxito de los países que han alcanzado el desarrollo.
¿Por qué querría un padre cubano doblar la cintura para un Estado marxista-leninista que lo oprime, cuando por otros medios podría conseguir para su familia mucho, no todo, pero mucho de lo que ese Estado le niega? Es cierto, esa amarga realidad produjo una sociedad disfuncional, con ciudadanos sin acceso a información veraz que podrían ofrecerle medios de comunicación independientes, en lugar de la aberrante retórica de los medios oficialistas que han sido su única referencia durante casi seis décadas.
Lo anterior es fundamental, ya que vivimos en la era de la información. También, con ciudadanos que se ven obligados a mentir, a delinquir e inclusive a prostituirse a gran escala para sobrevivir. Con ciudadanos que ven a sus familiares disfrutar de una vida modesta pero feliz, libres, en países extranjeros. A veces en países pobres. Y a otros inundados de prosperidad, en países ricos.
Peor aún, más temprano que tarde, una sociedad libre permitirá a los cubanos saber que cuando terminó la Guerra de Independencia en 1898, Cuba había perdido las dos terceras partes de sus riquezas, había sufrido nada menos que 400 mil muertos, entre ellos no menos de 100 mil niños, por la violencia, el hambre y las epidemias, y más de la mitad de la población que sobrevivió era analfabeta.
De aquellas cenizas, en 57 años de República, la sociedad cubana, aun en medio de la corrupción de la época y de dos nefastas dictaduras breves, logró ocupar el puesto número 26 en el mundo en consumo de calorías per capita, por encima del nivel requerido, producía el 75% de los alimentos que consumía, tenía un promedio de 2.9 personas por vivienda, un auto por cada 40 personas, un teléfono por cada 38, un radio por cada 6.5, y más de una cabeza de ganado por habitante.
En esa próxima sociedad libre, los cubanos más jóvenes y menos informados se enterarán de que Cuba no era un burdel manejado por Estados Unidos como ha repetido incansablemente la propaganda oficialista, ya que en 1958 las inversiones norteamericanas en la isla eran de 861 millones de dólares, menos del 14% del capital total invertido en el país. Que el 62% de los centrales azucareros y el 61.1% de los bancos eran propiedad de cubanos. Que la diversificación económica a mediados de la década de 1950 era tan impresionante, que a pesar de que el azúcar representaba el 80.2% de las exportaciones, esa industria solamente aportaba 25% del ingreso nacional. Que en materia de circulación de periódicos diarios, 101 ejemplares por cada mil habitantes, Cuba ocupaba el lugar número 33 en el mundo entre 112 naciones estudiadas. Y que el 77% de la población ya estaba alfabetizada en 1953.
La gran pregunta es cómo superar esos daños colaterales que yacen dentro de la actual sociedad disfuncional, sin los vicios del presente, para tener una Cuba próspera, camino del desarrollo, con el espíritu de la que construyeron los padres, abuelos y bisabuelos de los cubanos de hoy, antes de 1959.
Por lo pronto, sabemos que se necesitan cambios radicales en las estructuras económicas y políticas, un sentido muy superior de la moral ciudadana, una responsabilidad social y laboral casi desconocidas, y una apertura al mundo exterior que permita tener la información adecuada para ponerse al día en cuanto a los mecanismos que conducen al progreso en el siglo XXI.