Analityc

Che Guevara: fin del idilio con Fidel Castro


La Revolución había entrado en ese impasse en que hasta las parejas incurren pasado el fulgor inicial, el fragor de sofás y camas. Enfrentaba dilemas acerca de los caminos a tomar para dejar atrás la isla Utopía y concentrarse en el rigor de las asperezas que conforman la realidad. El adiós a la inocencia y la incógnita de los nuevos horizontes. Ya no habría más besos apasionados bajo el farol ni lencería destrozada a dentelladas.

Había llegado el momento del frío con la helada URSS observando. El Che años atrás había intimado con Fidel en el centro de la ilusión mesiánica dando cauce a la lava del volcán interior en una actividad más riesgosa que la escritura, que la observación, que el alpinismo, que la aviación y el rugby, la subversión del mundo a través de la voluntad.


Anduvieron caminos paralelos, con luz propia aunque de distintas fuentes. Ernesto asumió el liderazgo de Fidel pero no dejó de apuntar a cada paso del camino las ideas que le parecían más apropiadas para construir la liberté, égalité y fraternité americana y criticar aquellas que colisionaban con sus fabulaciones iniciales.

Llegó el triunfo con la erótica del poder, el gozo del amor incondicional. Eran precursores de la estética rock: barbudos, pelos largos y poco aseados, lumpen, rebeldes y desobedientes, educados en buenos colegios, con ideales altruistas. Les faltaba la música, el hedonismo y el amor declarado a Baco. Les sobraba la pólvora, la invasión de la voluntad y exceso de testosterona, pero enamoraban. A continuación enfrentaron la meseta que sucede al clímax como peor pudieron.


Fidel desaforado enloqueció contra quienes le hacían sombra y le recordaban que el proyecto era inclusivo, democrático. Ernesto no se limitó a obedecer a su comandante desde el paredón, la economía o el trabajo voluntario. El romance ya era rutina. Sobraban barrigas aburguesadas y faltaba el estruendo de la pólvora, el bálsamo a nuevos campos poblados de injusticias como excusa para el adiós y un nuevo amor.

Nacido para que su asma lo empujase hacia adelante con temeridad, sólo Goethe, Verlaine, Luis Felipe y Sartre podrían entender su agobio.

La satisfacción, como en la Utopía de Tomás Moro, era improbable, como la creatividad en el arte antes de ser traicionada por el punto final, por la última pincelada, el descanso del cincel, cuando reniega de su capacidad transformadora y se convierte en pieza.

El Che, como la Pietá Rondanini de Miguel Ángel quedó en el limbo de lo imposible, encima de la cresta de la ola, frente al viento, en el punto más alto que el mar concede. No llegó a desaparecer entre espuma y remolinos como Fidel y el agua, tan sabios y adaptables.


Pero desde el corazón de África, la hoguera dio paso a un páramo. Acababa de perder a su madre en su lejana Argentina. ¿Cómo mantener encendido el motor? Ella se había ido con dolores terribles sin derramar ni una lágrima. Su única súplica fue repetitiva:

-¿Saben algo de Ernestito? Nadie sabía dónde estaba.

Pasó a otra dimensión el día del cumpleaños de sus otros dos hijos varones, que no estaban ausentes como Ernesto, pero que tampoco eran visibles.

La URSS ya no era bolchevique, Fidel ya no era rebelde y su motor requería nuevo combustible para otro camino, el retorno a la nada, la última estocada del templario, el último galope a lomos de Rocinante al encuentro del molino y de Dulcinea.


Su imagen perpetua recorriendo camisetas y billeteras junto a Marley, Lennon y Hendrix, con el ansia intacta.

Finalmente, el arribo a Utopía.

Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.Ernesto Che GuevaraFidel CastroFunerales de Fidel CastroCombatientes de la Revolución
"
Publicado en:https://www.cibercuba.com/noticias/2017-12-08-u136883-e192519-che

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Eres libre de expresar en los comentarios lo que quieras.