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La nueva esclavitud en Cuba



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Hace pocos días en un e-mail le comenté a una amiga sobre lo pesado que resulta aquí en Cuba sostener la educación de los hijos, a pesar de ser gratuita. De pronto me surgió la idea de escribir al respecto y descubrí que es mucho lo que se puede contar, pero prefiero hacer énfasis en la responsabilidad de llevarlos y traerlos. Creo que merita un análisis y será bueno compartir experiencias.

En Cuba se instituyó para la enseñanza primaria la doble sesión; es decir que se utiliza tanto la mañana como la tarde. Donde es más factible es en las escuelas que funcionan como seminternado, pues ofrecen el almuerzo y las meriendas a niños y maestros. Para matricular en ellos se exige que ambos padres sean trabajadores estatales. Pero como pasa siempre en este país, “aún no satisface la demanda”; y para rematar no incluye a los cuentapropistas, que ya representan un porcentaje significativo de nuestra fuerza laboral activa.

El resto de las escuelas, que han de rondar más del 90%, tienen la doble sesión, pero no tienen el almuerzo y los niños deben ir al medio día a la casa y volver enseguida. En total son cuatro viajes al día. El sol de Cuba es una hoguera ardiente y mover niños a las 12:30 pm y luego a las 2:30, a pie o en bicicleta, es una tortura similar a la de los esclavos en el campo de caña colonial.

Aquí el transporte público es insuficiente en grado superlativo, cuando no inexistente; por otro lado casi nadie tiene auto y el que lo tiene lo no lo puede usar para estos fines. En ese horario están “boteando” y con el combustible es tan caro pocos pueden darse el lujo de usarlo a menudo. En este país un auto rara vez es exclusivamente un medio de transporte particular, casi siempre es un negocio. De lo contrario no lo puedes mantener. Todo el mundo a pie con el niño a cuestas, sobre el asfalto encendido en el mejor de los casos, cuando no un terraplén lleno de huecos que con las lluvias se inundan.

El viaje menos molesto es el de la mañana, pero a las 4:30 pm todavía el sol está en su punto. Todos los días hago ese trabajo: cuatro viajes a la escuela. Observo los grupos de padres, abuelos o encargados que hacen lo mismo y pienso en dos cosas: primero, que es en verdad una esclavitud tener que hacer esto durante los siete años de la primaria; segundo, que no hay país que avance cuando las personas tienen que invertir tanto tiempo en banalidades.

Digo “banalidades” no refiriéndome a la educación de l

os hijos. Claro que no. Sino a que se emplee en este noble propósito no solo el tiempo de los niños y maestros, también el de los padres, en una medida tan adsorbente. ¿Quién puede ser productivo así? Esos cuatro viajes le complican el día a cualquiera, sin tener condiciones, y lo mantienen en tensión. Es una gran responsabilidad ineludible que no involucran a cientos de personas, sino a cientos de miles. El que inventó la doble sesión en este país maltrecho se le quedó el cerebro ardiendo.

Seguro es otro sacrificio nacional en pos de reflejar mejores estadísticas que muestren nuestro falso bienestar y desarrollo frente al mundo; y seguro los “ideotas” que lo diseñaron de esta forma andan en autos modernos, tienen seminternados para sus hijos y sus choferes se encargan del asunto sin provocarles estrés.

Particularmente me siento esclavizado por este modelo de enseñanza y su forma de organización. Cumplo día a día por mis hijos, pero no dejo de sentir lo absurdo del desgaste social innecesario. Si fuésemos un país normal pagaríamos un servicio de transportación hasta la puerta de la casa; y la alimentación, si no la garantizaba la escuela, seguramente alguien prestaría ese servicio con garantías de calidad

y a un costo “pagable” por todos.

¿Cómo nuestra Cuba bella va a avanzar con tanto tiempo innecesario que se pierde en los viajes a las escuelas, en las colas, con la burocracia y con el mal funcionamiento de todo? Basta pararse frente a una escuelita cubana, al medio día, mientras los padres esperamos que suene el timbre: ebullen los comentarios. Unos nerviosos por la olla de presión que dejaron en la hornilla, otros porque se escaparon unos minutos del trabajo, otros porque no tienen sombrilla y el sol los quema. Pero la frase más común es: “esto no es fácil, esta esclavitud no hay quien la aguante”.

No cabe dudas, lo más difícil de tener hijos en nuestro país no es lo caro y difícil que está todo, ni el trabajo que dan cuando son bebecitos y dependen tanto de nosotros; nada de eso es comparable a la etapa escolar, cuando llegan esos cuatro viajes diarios a la escuela, bajo nuestro sol tropical, durante siete largos años. Quien no lo ha vivido que diga lo contrario, pero para mí que lo sufro esta es una de las formas más elocuentes de lo que podría llamarse la nueva esclavitud en Cuba; que parte sin del problema salarial y la situación de nuestra clase trabajadora, pero que tiene sin duda muchas aristas.

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Publicado en:http://www.havanatimes.org/sp/?p=118829

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