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Yo también: violencia de género en La Habana


Por Conner Gorry*  (Here is Havana)

HAVANA TIMES ? He sido agredida físicamente en dos ocasiones. Las dos veces iba sola de camino a casa, por la noche. Y en ambos casos estaba comprometiendo mi seguridad. El primer ataque ocurrió alrededor de 1993, en Monterey, California, yo estaba borracha. En el segundo,  llevaba puesto audífonos, música a todo volumen, mientras bajaba por la Calle 23 en La Habana.

Si bien, en teoría, todas las personas tienen derecho a beber, escuchar música y caminar solos hacia sus casas, la experiencia de vida, especialmente en mí caso que crecí en un barrio violento de Nueva York plagado de drogas, enseña a las hembras algo completamente diferente. Todas las mujeres que leen esto ciertamente han sufrido hostigamiento, acoso, asalto o han sido objeto de gran cantidad de proposiciones durante sus vidas.

Entre el primer y el segundo incidente hice dos cosas que transformaron mi vida por completo: dejé de beber de manera definitiva y tomé clases de defensa personal para mujeres. Cuando el hombre de casi seis pies de altura me atacó por la espalda, mientras caminaba por la calle principal del Vedado, uno de los barrios más concurridos de La Habana, sabía exactamente qué hacer. Y lo hice, enviando a ese tipo a correr como un par de medias baratas.

Les cuento todo esto, porque varias amistades y conocidas han sido atacadas últimamente. Mi amiga Verónica, una joven hermosa y tetona que apenas alcanza los cinco pies de altura con tacones (los cuales nunca usa), una tarde caminaba hacia la casa de un amigo, cuando un hombre montado en una bicicleta trató de arrebatarle el  bolso. Ella luchó con él y el malhechor salió corriendo. ¿Simplemente un robo fallido?, quizás. ¿Un crimen inescrupuloso que salió mal?, tal vez.

Pero sucedió lo mismo un par de semanas más tarde, cuando ella regresaba a casa del trabajo. Apenas comenzaba a oscurecer y ella estaba a solo una cuadra de su vivienda. Cuando ella me contó sobre el primer incidente y luego el segundo, me hizo recordar lo que me había contado sobre un incidente en un autobús.

Hace algunos años, cuando Verónica tenía 20 años, ella y su amiga Luna viajaban en el autobús 69 en dirección a una exposición de arte. La guagua (autobús), al estilo típico cubano, estaba lleno a más no poder y la gente seguía apretujándose. Si alguna vez has viajado en una guagua cubana, sabes que no hay espacio para deslizar una cuña, los cuerpos están sumamente apretados.

Normalmente, las personas (normales) acomodan la cercanía alejando las partes sensibles y eróticas o manteniendo de manera estratégica una bolsa o mochila sobre dichas partes. Pero hay otros que encuentran el viaje en autobús como una oportunidad de oro para un poco de fricción.

Foto: C. Gorry

Mientras las dos amigas chismorreaban y se reían, un tipo viejo y desagradable comenzó a presionar su desagradable y vieja verga contra Verónica. De manera inconsciente de lo que pasaba a Veronica, Luna se adentró en una historia sobre su ex. “Chica, nos bajaremos en la próxima parada”, dijo Verónica, con voz metálica. “¡Pero aún no hemos llegado!”, respondió Luna. “¡Nos vamos a bajar!”, indicó Verónica mirando fijamente a Luna.

Justo antes de realizar su movimiento hacía la puerta, Verónica dio la media vuelta  y con una rodilla bien colocada le dio un duro golpe en los huevos al tipo. Esta pequeña y joven mujer no es el blanco fácil que aparenta: a los ladrones o abusadores.

Pero no todas las mujeres y niñas tienen las mismas habilidades que Verónica. Una  universitaria de los Estados Unidos, que estudia aquí durante un semestre, aprendió rápidamente el recorrido fijo de los taxis conocidos como ‘almendrones.’ Extiendes tu mano, descubres si se dirigen a la ruta que deseas y subes a bordo de esos viejos armatostes procedentes de Detroit junto con media docena de cubanos; 10 pesos más tarde llegas a tu destino (o cerca de este).

Es costumbre que en esos vehículos se sienten dos personas con el conductor -cuando esos asientos están disponibles. La estudiante universitaria, a quien llamaré Laura, montó adelante de manera obligada, hasta que otro pasajero detuvo el automóvil y abrió la puerta principal. Laura se deslizó hacia el conductor, como hace cualquiera. Después de un par de cuadras, el conductor empujó su mano a través de la falda y la colocó en la parte interior de su muslo.

Aterrorizada, horrorizada, ella quedó fría y no emitió ninguna respuesta, sino que simplemente deseó que el viaje y la indecencia terminaran lo antes posible. Laura no sabía qué hacer o qué podía hacer, o tal vez temía que una reacción la pusiera en mayor peligro. Eso no es raro, especialmente en situaciones interculturales en las que el código de conducta y las normas, así como las consecuencias y sensibilidades son confusas o desconocidas.

En otro episodio -a falta de una mejor palabra- un grupo de mujeres jóvenes (nuevamente, de los Estados Unidos) estaban en un guateque lleno de música, baile, un cerdo asado y ron por la  libre. Mientras la noche se volvía más oscura y embriagada, uno de los lugareños que estaba demasiado bien lubricado en ese punto, comenzó a arrastrar a una extranjera tras otra a la pista de baile. Las agarraba de manera literal, les ponía las manos encima, obligando virtualmente a las invitadas a bailar con él. Incómodas, las muchachas no sabían cómo lidiar con aquel hombre y tenían miedo de hacer algo inapropiado.

Si bien yo sé exactamente lo que haría si alguien me maltratara o pusiera su mano dentro mi falda, el contexto cultural y las sensibilidades locales son factores que vale la pena considerar: mis amistades cubanos fueron unánimes en su opinión de que la mayoría de las cubanas, aunque no todas, le dirían al conductor que metiera su mano donde el sol no da y le gritarían al borracho que se perdiera (o algo peor aun) tan pronto él le pusiera las manos encima.

No importa de dónde seas, a veces no tenemos los recursos o las maneras para enfrentar esas situaciones como nos gustaría. Un buen ejemplo son dos cubanas que conozco. Ambas tienen poco más de 20 años y las dos fueron violada recientemente: una en Centro Habana y la otra en el Vedado.

La mujer del Vedado se fue a su morada, trató de eliminar los rastros de la violencia, un chorro de lágrimas se mezcló con el de la ducha y llamó a un amigo. Este corrió hasta su casa para brindarle socorro y una sensación momentánea de seguridad.

Photo: C. Gorry

La otra, la llamaré Lucía, fue atacada a unas pocas cuadras de donde vivía, mientras iba de regreso a su hogar proveniente del trabajo. Lucía, una morena bella y elegante, tiene un cuerpo del tipo Adele: alto, fuerte y sólido. Aún así, su atacante la dominó y se salió con la suya.

Aunque estaba bastante cerca de su casa, fue directamente a la policía e informó del ataque. Aplicaron el kit estándar para casos de violación, tomaron su declaración y la descripción del atacante. Rápidamente atraparon al reincidente, que estaba en libertad condicional, y lo enviaron de vuelta a la cárcel.

María Elena, Esther, Iris, yo, y probablemente tú también, todas hemos conocido la violencia de género de un tipo u otro. Mi pregunta es: ¿qué vamos a hacer al respecto?, ¿qué podemos hacer al respecto?

Levantar sensibilidad es fundamental, por supuesto. Mostrar solidaridad hacia otras féminas también es necesario, ahora más que nunca, eso está claro. ¿Qué significa eso? Por un lado, no juzgar ni criticar las reacciones de otras mujeres (o las no acciones) frente a esta violencia. No todas tienen la voluntad o los medios o la fuerza para defenderse.

A muchas se les enseña  – de hecho, la sociedad refuerza de manera consistente a la mujer como paradigma de “educada y sumisa”-  por lo que nosotras tragamos en seco y soportamos todo tipo de mierda represiva para no ser etiquetadas como una rompe-bolas. ¡Qué extremismo! Con el tiempo y a través de la historia, las mujeres se han visto reducidas a uno de los dos polos opuestos: pussy o zorra, Madonna o puta, si tú quieres. Cualesquiera de las presidentas ejecutivas que lean esto (y que tienen salarios más bajos que sus contrapartes masculinos) seguramente sabrán de lo que estoy hablando.

Para romper ese paradigma y aumentar nuestra seguridad personal, necesitamos apoyarnos unas a otras. Si sales con amigos y ves a una mujer siendo acosada o molestada por una atención no deseada, extiéndele la mano, invítala a tu mesa, ponla en tu círculo de baile, protege su bebida mientras va al baño. Lo mismo sirve para cuando estás en la calle por la noche. Si te encuentras con una mujer caminando sola, ofrécete para acompañarla. Los números dan seguridad.

Una cosa que toda mujer y niña puede hacer para reunir y aumentar su fuerza interior y protegerse con confianza, es tomar clases de autodefensa. Esas clases cambiaron mi vida y he visto como la de otras cambió también. Estoy decidida a comenzar a ofrecer un curso en Cuba Libro para que más mujeres puedan aprovechar su poder.

El problema es que aún no he encontrado un instructor(a) calificado que pueda impartir las técnicas, los conceptos y las estrategias necesarias, mientras que al mismo tiempo se cree un espacio seguro para que las féminas compartan sus historias, lágrimas, miedos y traumas, un elemento importante en la dinámica de empoderamiento. Si conoces a alguien que encaje con esa descripción (¿¡quizás tú misma!?), por favor ponte en contacto. Dominar el español es imprescindible.

Mientras tanto, cualquier persona que esté ansiosa por comenzar con sus habilidades de seguridad debe obtener de manera inmediata una copia de The Gift of Fear: Survival Signals that Protect Us from Violence (El regalo del miedo: señales de supervivencia que nos protegen de la violencia), de Gavin de Becker. O mejor aun, consiga tres: uno para usted, uno para una amiga y otro para Cuba Libro. Eso marcará la diferencia.

Republicado de www.hereishavana.com

*Conner Gorry es una periodista y escritora basada en La Habana desde 2002. Ella es Editora para MEDICC Review y su nuevo libro 100 Places in Cuba Every Woman Should Go (Travelers? Tales) saldrá en 2018.



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