De pie, en la acera, al frente de mi casa, lo conocí de inmediato. Aunque elegante, con buen reloj pulsera y un aspecto estupendo, era el mismo que me limpiaba el jardín, para llevar algún dinero a su familia.
Vivía allí, en La Luz Brillante, uno de los barrios más insalubres de Santa Fe, comunidad costera del oeste de La Habana. Había hecho siete salidas ilegales por mar en una balsa de polietileno y en el último intento pudo llegar, hace cinco años, a Estados Unidos.
Me dice que vino con un amigo venezolano con quien vive en un apartamento en Trenton, New Jersey, porque ambos trabajan en una rastra que hace recorridos por los estados del Norte.
La pregunta no se hace esperar: ¿Qué te parece Cuba?
?Lo que estoy viendo no me entra en la cabeza -me dice-. Todo lo veo igual, muy mal. Mi madre vive peor que cuando me fui. No ha mejorado en nada, a pesar de que le mando dinero cada mes, me ha dicho que sólo lo usaba para comer.?
Imaginé lo que sentía este joven, porque conozco bien la historia de su familia. Forma parte de quienes huyeron de las provincias orientales, sobre todo de zonas rurales. Llegaron a la capital como gitanos, con alguna ropa en un morral, sin dinero ni parientes asentados aquí, e incluso sin derecho a la Libreta de Productos Alimenticios y mucho menos al cambio de domicilio en su carné de identidad.
Como carecen de gas licuado, usan luz brillante, un producto nocivo para cocinar. De ahí el nombre del barrio, siempre bajo la amenaza de desaparecer por las entradas silenciosas del mar en plena madrugada, o bajo la fuerza de un buldócer, ya que el gobierno se niega a legalizar dichas viviendas por estar en zonas de alto riesgo.
Construyeron sus casas con esfuerzo propio, acumulando materiales inservibles encontrados en los basureros y así viven, o mejor, sobreviven. Son los parias de Santa Fe, excluidos legalmente de la sociedad, según estadísticas de ?Radio Bemba?, más de veinte mil personas, con un gran número de ancianos y niños.
Incluso cuando suben las aguas del mar pierden lo poco que poseen, como colchones para dormir, utensilios de cocina, ropa, etc., y no reciben ayuda estatal para continuar con sus vidas miserables. Saben que carecen de derecho para reclamar algo, puesto que han construido sus casas en lugares inapropiados.
Por último, mi viejo amiguito me cuenta que el venezolano que lo acompaña vino como turista sólo por curiosidad. Quería comprobar lo que escucha decir y lo comprobó: Cuba es más pobre que Haití.
?Está horrorizado. Dice que ni los barrios más pobres de Caracas están como Cuba. Además, ve mal vestidos a los cubanos, ansiosos, como si buscaran algo que han perdido y que ya ni saben lo que es. No se lleva buena impresión.?
¿Entonces crees que los millones de turistas vienen por lo mismo a Cuba?
?No lo dudo -me responde-. Cuba es un país distinto a los demás y eso llama la atención, su pueblo está obligado a pensar más en la Patria que en su prosperidad, o en conseguir bienes materiales, propios de los humanos. Un país donde todavía cuentan con una Libreta que no los alimenta y los salarios más bajos del mundo que los obliga a robar. Hasta yo me he sentido turista. Nos miran como extraterrestres que pueden viajar al extranjero. Mi amigo, que es mi pareja de amor, quiso venir y conocer el olor del comunismo.?
¿Cómo lo sintió?, le pregunto por último.
?Rancio, descolorido, a punto de desaparecer.?
Publicado originalmente en Cubanet por Tania Díaz Castro
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