En su principal documento programático ?La Historia me absolverá?, el desaparecido Fidel Castro planteó, como uno de los objetivos de su política una vez en el poder, solucionar lo que denominó “el problema de la vivienda en Cuba”.
Sin embargo, después de 58 años el problema de la vivienda, en lugar de solucionarse, se ha acrecentado y hoy, según cifras oficiales publicadas, existe un déficit de 883.050 viviendas, y el mismo se incrementa por año (de 2015 a 2016 aumentó en 30.000), debido al colapso de las existentes y a las nuevas necesidades no satisfechas. Anualmente, solo en La Habana, se derrumban unas 900 o 1.000 edificaciones, a un promedio de tres edificaciones diarias.
Ante esta situación, el Estado se propone construir unas 15.000 viviendas anualmente, lo que significa que, para cubrir el déficit actual, con las viviendas que se construyan se necesitarían no menos de 59 años. De forma simplista se plantea que, además de estas viviendas levantadas por el Estado, el grueso de las construcciones se realice por cuenta de los ciudadanos, algo que estaba prohibido. Como es conocido, la población cubana carece actualmente de los recursos económicos para ello, además de las dificultades para adquirir los materiales de construcción y para contratar la mano de obra necesaria. Todo ello sin contar los trámites burocráticos a realizar con el objetivo de asegurar que todo se ejecute legalmente.
La pérdida del fondo habitacional en el país durante los últimos 58 años ha aumentado de forma galopante, siendo sus principales causas la falta de mantenimientos y de reparaciones por parte del Estado, una vez que este se apropió de todas las edificaciones; los retrasos y la mala planificación en los cronogramas gubernamentales de ejecución de viviendas; las prohibiciones absurdas para que los ciudadanos puedan mantenerlas y repararlas, así como construir otras nuevas; la escasez de materiales de construcción y de mano de obra calificada, así como sus elevados costos, teniendo en cuenta el bajo poder adquisitivo de la población; la poca atención brindada a los problemas de infraestructura (acueductos, alcantarillado, calles, aceras, etcétera), y otros.
El Estado, en lugar de preocuparse y ocuparse de estos problemas, se dedicó a malgastar recursos materiales y humanos en construir túneles y refugios para una supuesta agresión imperial que nunca llegó, así como plazas y monumentos para actos políticos en provincias y municipios. Esos túneles hoy son totalmente inservibles y muchos de ellos se encuentran tapiados y abandonados.
La mayoría de las insuficientes viviendas construidas han sido de tan mala calidad que muchas de ellas se encuentran ya en estado deplorable. Y lo mismo ocurre con las pocas recién construidas, aún de peor calidad y sin terminación. Según datos oficiales, desde el año 1995 hasta 2016 se ha producido un decrecimiento en viviendas terminadas: 44.000 en 1995 y 22.106 en 2016.
En todos estos años el número de viviendas construidas por esfuerzo propio ha llegado a sobrepasar el número de construidas por el Estado. En 1995, 35.358 viviendas fueron terminadas por el sector estatal y cooperativo mientras que 9.141 eran construidas por esfuerzo propio. Pero ya en 2016, las construidas por el sector estatal y cooperativo eran 9.257 en tanto las construidas por esfuerzo propio eran 12.849.
Fracasado el “experimento socialista” aunque no se quiera aceptar públicamente, se continúa la nueva política de traspasar a los ciudadanos los problemas creados y acumulados por el Estado. Así está sucediendo con las tierras ociosas cubiertas de marabú de las empresas agrícolas estatales, que se entregan en usufructo a los campesinos, y con los taxis, una parte del transporte público y algunos establecimientos comerciales, entregados en arriendo a particulares. En todos los casos el Estado mantiene la propiedad sobre lo entregado, pudiendo cancelar lo acordado cuando lo considere necesario “por interés público”.
Como es fácil de comprender, los múltiples errores cometidos por el Estado durante años en su política de la vivienda han conducido a la terrible situación actual y, lo peor, después de tantos años, aún se carece de una propuesta seria y creíble para su solución. Tal vez nuestros descendientes, de mantenerse el “socialismo próspero, eficiente, sostenible, soberano, independiente y democrático”, deberán ir pensando en regresar a vivir en las cuevas.
Publicado originalmente en Diario de Cuba por Fernando Dámaso
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