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Negocios clandestinos, glamour y pobreza es lo que rodea a La Habana Vieja

Negocios clandestinos, glamour y pobreza es lo que rodea a La Habana Vieja


  La Habana Vieja, una zona pintoresca y atractiva para los turistas, que detrás de sus antiguos edificios esconde una sociedad mísera, repleta de vicios y esfuerzos que lucha para sobrevivir en la jungla de asfalto.

Cerca de 10 mil cubanos emigraron de las ciudades orientales a la capital para ?resolver? su vida. Tal es el caso de Zenaida, una santiaguera que se estableció en la capital junto a su hijo para ?sobrevivir? al socialismo castrista.

Ella, transita por las calles maloliente, donde las jineteras y borrachos son adornos en cada puerta y esquina. La noche propicia actos delictivos que suceden incluso bajo la mirada impune de las autoridades, que sólo persiguen a opositores.

Para esta mujer, vivir en Cuba es vivir en la miseria, es tratar de sobrevivir con lo que se puede y luchar por lo que se tiene.

/p>  ?Así es vivir en la miseria: comer mal y ganar unos pesos para sobrevivir en la boca del lobo. Sí, porque en esta zona de La Habana hay que ser un lince si quieres hacer un poco de plata?, dice Zenaida, sentada en un sillón de hierro.

Sin embargo, asegura que en Santiago de Cuba se vive peor, la falta ser servicios como agua, eletricidad, entre otros. Es por eso que decidió vivir en la capital de manera ilegal, a pesar de vivir ?como animales?.

 ?En Santiago de Cuba estábamos peor. El abasto de agua en las afueras de la ciudad es cada 40 días y el dinero está perdido. Al menos en la capital, aunque viviendo como animales, se puede hacer dinero suficiente para comer y enviarles detergente y ropa a los parientes en Oriente. Si fuera más joven, estuviera puteando como algunas mujeres del solar. Pero ya no estoy para esos trotes?

La parte antigua de la ciudad es un entramado de callejuelas estrechas con el asfalto reventado y edificios deteriorados y en ella residen cubanos que piensan dos veces más rápido que el resto de los ciudadanos.

Aquí las ilegalidades no están a la sombra. Cualquier vecino conoce quién vende marihuana importada, cocaína trasegada de un recalo en las costas o por pesos convertibles alquila media hora en una habitación de su casa, para que un cliente ?mate jugada? con un prostituta que cobra en moneda nacional.

Justo frente al Gran Hotel Manzana Kempinski, antaño Manzana de Gómez, próximo a inaugurarse, varios ómnibus de color azul y amplios ventanales recogen en el Parque Central a más de un centenar de obreros de la India que dan los toques finales al primer hotel cinco estrellas plus de Cuba.

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Jose Alberto, quien mira impotente como se edifica tal estructura mientras miles a su alrededor se mueren de hambre, refuta el salario de los trabajadores hindúes.

 ?Por qué a un indio le pagan 1,500 dólares al mes y a los constructores cubanos, sumando los pesos y las divisas, no llegan a 60 dólares?. Y él mismo se responde: ?Esta gente (el régimen) no respeta al pueblo. La Habana de ahora es igual a la de la época de Batista. Hoteles de lujo para los extranjeros, rodeados de pobreza, putas y tipos que tienen que pulirla para conseguir cuatro pesos. Lo peor es que esto no tiene para cuando acabar?.

Al amparo de la noche, y sin que lo vean los policías vestidos con uniformes negros, acompañados de perros pastores alemanes que a esas horas patrullan las calles, José Alberto le pide dinero a los turistas de paso.

?Los del State (Estados Unidos) son los más generosos y los japoneses, si les cae bien. Los europeos son los más tacaños?.

La Habana Vieja tiene dos rostros opuestos, distintos niveles de vida y muchas maneras de ganar dinero, bajo la ley o a espalda de ella. En el área restaurada por el historiador Eusebio Leal, con sus calles adoquinadas, edificaciones remozadas e innumerables cafés, restaurantes y tiendas en moneda dura, el panorama es hermoso.

Dos cuadras más arriba, o más abajo, el paisaje es otro. A la entrada de pobladas cuarterías, hombres sin camisa, por el calor, parecen estar a la espera de un milagro. A su alrededor, vecinos gritando, reguetón a reventar y niños jugando fútbol con tenis rotos y un balón desinflado.

En la calle Chacón, a escasos metros del Museo de la Revolución, en cuyo patio trasero una guarnición de jóvenes militares custodia como reliquia el yate Granma y otros trofeos de la delirante epopeya guerrillera de Fidel Castro, se localizan tres bares elegantes donde turistas beben con calma mojitos y pican camarones al ajillo.

Cerca, un grupo de chicos, mayoritariamente negros, sentados en el contén de la acera, aguardan que los forasteros salgan de bares, restaurantes o paladares, para pedirles dinero, chicles, bolígrafos.

La revolución de los humildes, tan promocionada por los hermanos Castro, hoy es un eslogan sin sentido para la gente pobre de La Habana Vieja.


Publicado en:https://cubanosporelmundo.com/blog/2017/03/22/negocios-clandestinos-glamour-pobreza-habana-vieja/

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