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Quien recorre las carreteras o caminos fuera de las zonas urbanas en Cuba, todavía puede apreciar las edificaciones que formaron parte de ese invento denominado “Plan de becas en el campo”. Estas edificaciones consistían en dos estructuras, la de los dormitorios y la de las aulas docentes, conectados entre sí por una especie de puente que, a su vez, servía como techo a un tipo de pasillo denominado “central”.
Durante los años setenta, del pasado siglo, en los más disímiles puntos de las zonas rurales fueron erigidos estos centros, cuyo objetivo declarado consistía en formar a los estudiantes bajo el principio de combinar estudio y trabajo. Se ofrecía una imagen edulcorada y pulcra de estas escuelas. La prensa publicaba fotos de los denominados pasillos centrales con sus pisos de granito pulido, casi marmóreos, limpios y brillantes. Los dormitorios- albergues, bien acondicionados, por cubículos, con las camas- literas acolchonadas y confortables. Los baños impecables. Las aulas equipadas, y el claustro de profesores eficiente y preparado.
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Todavía algunos recordarán aquel documental realizado por el ICAIC, a inicios de los setenta, y el tema musical que le servía de título. Cantaban Silvio Rodríguez y el Grupo de Experimentación Sonora: “Esta es la nueva escuela, esta es la nueva casa, casa y escuela nueva, como cuna de nueva raza…”.
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Solía y suele decirse que hay tres lugares donde resulta casi inevitable adoptar el hábito de fumar. El primero, es la prisión; el segundo, es el Servicio Militar; y el tercero, la beca. Como sistemas, la prisión y la beca siempre tuvieron puntos de contacto. La diferencia consistió, en el caso de las becas, en la ausencia de guardias armados y rejas. Sin embargo, las normas de convivencia y supervivencia eran semejantes.
En todas las becas existía el denominado Jefe de disciplina y de vida interna, llamado por los educandos simplemente “el vida interna”. Esta persona era la encargada de mantener el orden en el área de dormitorios, y designaba a los alumnos que serían los jefes de estas áreas. Tales alumnos gozaban de determinadas consideraciones y eran elegidos según su capacidad de amedrentar al resto. Ellos, a su vez, nombraban a los jefes de cubículo o segmento de camas, dentro del dormitorio, con ese mismo criterio.
Los eslabones más débiles eran aquellos muchachos que, por inadaptación o falta de carácter, no lograban imponer una coraza de respeto. Como resultado, eran sometidos a las más diversas clases de humillaciones por parte de los envilecidos jefecillos o sus acólitos. Su situación era semejante a la de los denominados “intocables” en el sistema de castas hindú, y no exagero.
En diversas ocasiones, estos mismos jefecillos cometían robos de mayor o menor envergadura dentro del dormitorio. El castigo para todos los alumnos podía consistir en permanecer parados en filas en el área de formación hasta altas horas de la madrugada. Este método también se aplicaba en contra de las brigadas que incumplían la norma de rendimiento del trabajo en el campo. También, tal y como quien esto escribe lo presenció en la ESBEC “Camilo Cienfuegos”(Ceiba 3) durante el curso 83-84, se obligaba a los estudiantes a largas sesiones de ejercicios físicos, como castigo, que tenían lugar en el área deportiva, después del horario de silencio y hasta la madrugada.