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En Cuba: reguetón sin límite
Además del dengue o el zica, Cuba sufre el azote de un virus no reconocido y con categoría de plaga: el reguetón.
No hay que subestimar el poder del sonido. Se expande por el espacio como una arrolladora invasión y sin tramitar permisos burocráticos. Resuena en tu cabeza, en tu cerebro, te guste o te disguste. Barre con las sutiles restricciones del ser individual y con impunidad total.
Y aunque en lo que se refiere al volumen de audio hay regulaciones legisladas a las que es posible apelar, el proceso es enmarañado y puede cimentar rencores entre personas.
La mayoría de la gente ignora la ley, o prefiere soportar, a ganarse un enemigo. Otras veces la batalla es de uno contra la mayoría, así que se rinden antes de luchar.
Hay que ver (u oír) lo que puede padecerse en una guagua. No solo a causa del violento y repetitivo bit del background, sino especialmente por la obscenidad de las líricas (si es que a semejantes textos se les puede honrar con ese nombre).
Algo tan inconcebible como:
Échame el pellejo pa´trá
Paque veas la peste a pinga que tengo?
(Esto es 100 porciento real, lo vivió un vecino en un P3. La canción no provenía del chofer, sino del equipo de música de un grupo de jóvenes).
Uno no sabe de dónde salen esos autores procaces, que graban en el interior de un closet y mezclan el engendro con unos golpes rítmicos en una computadora. Luego pasan el track de USB a USB, o quién sabe si lo filtran en el paquete semanal o lo suben a Internet.
Cuando mi hijo estaba en la primaria, el reguetón era la música oficial en las fiestas escolares. En la secundaria incluso cobraban un peso por alumno para pagar al del equipo de audio. El reguetón detonaba desde el tercer piso a todo volumen. Los textos no tenían tal vez la desfachatez de los actuales, pero eran igualmente banales, machistas o lascivos.
Un amigo me pidió que expresara en HT la situación que vivió con unos colegas, en la discoteca Benny Moré, ubicada en el Boulevard de Cienfuegos (Ave 54) entre 29 y 31.
Me comenta:
La música estuvo pésima, no es que no pongan reguetón, sino que en los 45 minutos que ahí estuvimos, fue lo único que pusieron. Decidimos irnos, pero ya no teníamos dinero para tragos, porque lo habíamos gastado en la entrada al local. Nos sentimos robados, pues pagamos solo por sentirnos mal. El ambiente y las letras de las canciones eran un horror. Les pedí el libro de quejas y sugerencias, preguntaron para qué y les respondí que para poner que la música era una mierda. Formaron toda una nebulosa, nunca apareció el libro y trajeron al gerente que estaba gozando con el reguetón en medio de la pista. Este nos dijo que tenía como 10 carreras universitarias y nos entendía, que haría algo al respecto, cosa que dudo.
Lo jodido es que en Cienfuegos prácticamente solo hay 2 sitios a donde ir: Benny Moré y Artex, y ¡cuál de los dos peor! Entonces aquellos que aborrecen ese ritmo y les gusta la buena y variada música, no contamos.
Mi amigo termina preguntándose:
¿Qué se puede hacer en estos casos, meterse uno dentro de una concha? ¿Irse de la ciudad o del país? Creo que es mi deber cívico defender mi derecho a la inclusión y la diversidad.
Yo me hago eco de sus preguntas y me cuestiono, además, dónde está la seriedad de esas campañas contra la pérdida de valores que inició el Gobierno.
Una eficaz manera de educar es por medio del entretenimiento. La mente es mucho más receptiva al placer que al deber. Si se oferta una amplia gama de opciones los jóvenes irán decantando y eligiendo. En Cuba hay escasez de casi todo, pero no de música, porque este es el reino de la piratería.
No se trata de prohibir el reguetón, sino de establecer un proceso selectivo. De aceptar la irrefutable lógica de que NO TODO es arte y ni siquiera espectáculo comercial. Que somos una sociedad plural y hay mucho de la cultura nacional y mundial que puede incitar al baile con la misma (y aún más sana), alegría.
Y se contrae una responsabilidad enorme al poner música para un público masivo que incluye seres en plena formación, como jóvenes, o peor, niños.