El sueño de Reinier siempre fue tener un carrito para escapar a los horrores del transporte público en La Habana. Después de muchos años ahorrando quilo a quilo y peso a peso, por fin pensó en comprarse uno. Con ayuda de tres parientes que le prestaron dinero se compró el más pequeño, barato y económico carro que existe en Cuba: un Fiat 126, conocido como Fiat polaco o Polski, fabricado en 1984.
Apurado, compró el primero que le enseñaron porque sabía que estaba bien barato (2000 dólares). Recién reparado, solo tenía que armarlo. El vendedor y el amigo que los presentó le prometieron que todo lo que le faltaba (la pizarra, paños de puertas, alfombras y cristales de las puertas) se lo irían ?resolviendo? poco a poco. Le buscaron el mejor mecánico de Polski de La Habana, que terminaría de poner toda la mecánica a punto.
A través de un notario se hizo el traspaso de propiedad, pagando el servicio y los sellos de timbre correspondientes. Cuando tuvo este documento en sus manos se enteró de que además tenía un mes para pagar al Estado el 4% del valor declarado en la propiedad, que era el mínimo que permitía la ley. Tuvo que pedir prestado ese valor también.
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El tremendo mecánico comenzó a trabajar. Se llevó el motor y lo trajo ?como nuevo?, cobrando 350 dólares. Le dijo que al principio podía fallar un poco pues las piezas eran nuevas y tenían que irse ajustando entre sí. Reinier lo encendía, lo caminaba en su cuadra y no lograba ver que se ajustaran finalmente las piezas. Ya cansado, abrió el motor y vio que el mecánico no había hecho nada. Estaba todo idéntico al primer día, hasta el aceite estaba negro (de viejo); ni eso le cambió. No valieron amenazas, el mecánico no respondió y el amigo, que tantas piezas y partes decía tener, no aportó ni una. Para no verse envuelto con la policía en un juicio por estafa, todo se quedó así.
Varios meses y cientos de dólares le costaron a Reinier armar el carro por completo. Del motor tuvo que comprar los pistones y aros en la tienda, se rectificó la camisa; todo por un aproximado de 200 dólares. Cuando ya estaba bien, vio que el motor de arranque no funcionaba como debía. El Estado le vendió uno nuevo por 258 dólares.
Tuvo que cambiar la tapa del block del motor, que estaba rajada. La nueva, de uso, costó 250. La bomba de gasolina y la de frenos las compró por 20 cada una. El carburador lo pudo reparar por sólo 6. Le faltaba el muelle, que dicen que en el Polski es muy importante. Se percató que por una junta de goma se escapaba el aceite. La dirección estaba muy dura; le habían soldado mal unas parrillas de abajo y hubo que cambiarlas. También el eje. Los focos delanteros los compró en la tienda a 70 dólares la pareja. Se hizo de llantas y gomas nuevas.
El forro de los asientos costó 120 dólares. Los paños de puertas los hizo él mismo con plástico. En vez de cristales puso acrílicos, pues los originales cuestan 89 cada uno. Por suerte, las alfombras se las regalaron.
Cuando al cabo de un año el carro estuvo listo, todavía Reinier no había podido sacar la licencia de conducción porque para eso debe viajar a la provincia de Granma: su dirección del carné de identidad es de allí. Se hizo el examen médico, el de la vista y pasó la escuela de conducción, pero no le dan la licencia en La Habana si no está registrado oficialmente en esta provincia. Algo que no ha podido hacer pese a llevar muchos años viviendo en la capital.
En espera de tiempo y dinero para viajar, tenía el Polski en la puerta de su casa cuando un carro de policía perdió los frenos y lo chocó. Quedó destruida toda la mitad izquierda, desde el foco delantero hasta las puertas de ese lado. Aunque él se encontraba en el interior de la vivienda y el carro lo tenía parqueado, para tomarle declaración le midieron el aliento etílico.
Todos sus amigos y conocidos, incluidos los policías relacionados con el accidente, le sugirieron que no reclame; si van a juicio, va a tener que pagar una grúa que remolque el carro hasta el lugar donde tasan los daños, que sabe Dios dónde es. Cuesta unos 100 dólares llevarlo, esperarlo y traerlo, y al final la tasación se ajustará a los precios de los años 70, que ya nada tienen que ver con la realidad. Es posible que al cambio le den 15 o 20 dólares, que es mucho menos de lo que va a cobrar la grúa. Después, tendría que esperar varios meses por el juicio, y si le aprueban un dinero, esperar a que en la Caja de Resarcimientos tengan el efectivo para pagar
Reinier tiene mente positiva. Dice que al final lo mejor que pudo pasar es que el carro sin frenos no haya matado a nadie. Cree que se va a demorar, pero tal vez en dos años más él logre tener su auto arreglado. Después de todo, su sueño es tener un carrito para no pasar trabajo.
Por Iris Lourdes Gómez / Publicado originalmente en Cubanet
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