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Adaptarse a la miseria


Kabir Vega Castellanos
Un día como cualquiera planeas hacer las compras desde temprano para volver rápido y aprovechar el tiempo, sin embargo, la ilusión de una jornada productiva no tarda en hacerse pedazos.
Aunque la panadería que me corresponde por mi número de consumidor queda a solo 5 minutos de caminata desde mi casa, tengo que recurrir a otra que está a 15, pues en la de mi zona se esmeran en lograr que la masa del pan sea cada vez más seca y ácida.

Recuerdo que una vez un cliente comentó:

?De madre el pan este? algún día nos va a dar una úlcera.?

Suena gracioso, pero el asunto no lo es. Supongo que es el único recurso para sobrellevar un problema que por años se planteó en las Asambleas de Rendición de Cuentas y al final la respuesta fue: ?La culpa es de la harina, que es de mala calidad?.

La gente se indignó, pero por gusto, y como todo el mundo sabe que la causa real son los bajos salarios de los panaderos, nadie se atrevió a mencionarlo.

Luego de conseguir el desayuno básico, visito la pescadería para comprar el picadillo que más tarde será la comida de mis gatos. En el local ubicado en el complejo El Progreso, a pesar de que lo repararon recientemente, resalta la suciedad del piso empañado de agua de pescado y su nauseabundo olor a alimento descompuesto.

Por si fuera poco, en aquel entorno casi irrespirable te encuentras una cola que literalmente no avanza. Si haces un paneo a las caras de los que esperan, la expresión de muchos, sobre todo de los ancianos, es lúgubre.

Pasan los minutos, la gente mantiene la calma y el orden, pero luego de media horase siente la inquietud. Llegan más personas, y espantadas examinan la cola sin poder creer la magnitud.

?Es lo que hay.?

Responde una mujer con cinismo ante el espanto de uno de los recién llegados, quien no tardó en renunciar a adquirir el producto.

Otros que llegaron de últimos intentan entrar de primeros. Surgen protestas, gritos, discusiones. Por un momento se forma el caos, poco a poco el orden se restablece.

Finalmente, cuando logras entrar al local, ya es normal encontrar como en otros puntos de distribución, a un señor o señora con una pesita de mano comprobando el peso de la mercancía. Nunca falla que regresan reclamando que le vendieron menos cantidad de la que pagaron.

Los dependientes impasibles le añaden lo que le faltaba para completar el peso, y continúan estafando a los próximos clientes.

Para eso también tienen una justificación que, para la mayoría del público, parece inapelable:

?Aquí to? el mundo roba.?

Kabir Vega Castellanos