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De falsos taínos y supuestas “novedades”



Recientemente leí un artículo publicado por la web Martí Noticias (Falsa danza taína en Cuba escandaliza a intelectual aborigen de Canadá), donde –tal como indica el título– se relata la experiencia de un turista canadiense que durante su estancia en la Isla fue testigo de una imaginaria danza taína, escenificada en la provincia de Matanzas por un pequeño grupo de bailarines “con pelucas, la piel pintada, y las mujeres con los pechos al aire”, quienes “escenificaron un dudoso rito indocubano sobre la fuerza de un río”.

La escena que describe el visitante era la de una mezcla de movimientos de danza contemporáneos y supuestas representaciones rituales, interpretados por ¿artistas? ataviados con disfraces supuestamente taínos, incluyendo en la danza-fraude la pintura de “círculos blancos” en los pechos desnudos de las mujeres.

La mayor indignación del turista canadiense, aborigen él mismo, fue la satisfacción de sus compañeros de excursión, quienes quedaron tan complacidos con el timo que hasta se tomaron fotografías con los ficticios taínos. Consideraba el canadiense –no sin razón– que aquella ridícula representación transmitía una imagen falsa de lo es “una cultura indígena caribeña”.

Sobre el tema comenta a su vez el portal Martí Noticias, que este “pintoresquismo” antes era criticado por “los intelectuales orgánicos del castrismo”, pero que “ahora lo que cuenta es el cash, y la industria turística, que las autoridades quieren se convierta en locomotora de la economía aprovechando el río revuelto del deshielo con EE UU.” Por lo cual “no vacila en echar mano a la pseudocultura como anzuelo para turistas incautos”.

Esta, sin embargo, es solo una verdad a medias. Las farsas sobre culturas ancestrales es una práctica universal y no privativamente cubana. Por demás, la utilización de inexistentes manifestaciones aborígenes en Cuba como gancho turístico para ingresar divisas es una realidad, pero dista mucho de ser una novedad. En justicia, es muy anterior a la actual avalancha de turistas estadounidenses y, sin dudas, existe desde muchísimo tiempo antes de que el Presidente Barack Obama decidiera restablecer relaciones con la dictadura de los Castro. Aunque a algunos les cueste comprenderlo, no todo lo que está sucediendo actualmente en la Isla se deriva del nuevo marco de relaciones entre ambos gobiernos.

El interés de vender un producto turístico “autóctono”, más allá del ron, el tabaco y las prostitutas más cariñosas del mundo, tiene numerosos antecedentes que incluyen desde leyendas apócrifas –como las historias de amor de Hatuey y Guarina en la región oriental de la Isla, o la de los indios amantes de Jagua–, hasta fantasías tales como el te
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soro de Guamá, que según la tradición costumbrista oral yace en el fondo de la laguna del mismo nombre, en la actual provincia de Matanzas, donde fuera arrojado por el rebelde taíno para que los conquistadores españoles no lo pudieran encontrar.

De hecho, Matanzas es una de las provincias con mayor récord de leyendas aborígenes, pese a que tuvo una débil presencia taína en comparación con las regiones centro-sur y oriental de Cuba. Están, por ejemplo, la leyenda del Yumurí –otra saga romántica del amor entre una pareja de jóvenes taínos–, y la de la matanza de españoles por los aborígenes (o de aborígenes por los españoles, según quien haga el relato), que tuvo lugar en la amplia bahía y dio origen al nombre de ésta y de la provincia.

Todas estas sagas, más o menos fantasiosas, vienen de las tradiciones cubanas anteriores a 1959 y están recogidas en la obra de arqueólogos, antropólogos y otros estudiosos de la Cuba precolombina y de las costumbres del país. En especial destacan los relatos sobre estos temas acopiados por algunos miembros de la Junta Nacional de Arqueología entre los años 40’ y 50’ del pasado siglo.

Dichas tradiciones, como tantas otras consideradas por el castrismo como supercherías y rezagos propios de siglos de “coloniaje y neo-coloniaje”, fueron casi completamente borradas de la memoria popular por el empuje avasallador de décadas de adoctrinamiento “revolucionario”, pero rápidamente desempolvadas desde los años 90’, cuando se produjo el auge del turismo a partir de las inversiones de capital extranjero –fundamentalmente español– que salvó de la asfixia al régimen cubano en los inicios de la crisis post soviética.

Y fue precisamente en ese período de los años 90’ cuando el desenfreno en pos de los dólares hizo posible el milagro de la existencia de –ni más ni menos– toda una “comunidad taína” en el oriente cubano, específicamente en el poblado de Caridad de los Indios, en Yateras, provincia de Guantánamo, cuya población, si bien mayoritariamente descendiente de los antiguos pobladores taínos de esa misma región y con visibles rasgos físicos de aquella etnia originaria, no ha conservado la lengua aruaca de sus antepasados aborígenes, como tampoco sus costumbres, artes, tradiciones o sistema de creencias.

En realidad, los vecinos de Caridad de los Indios, como de otros apartados poblados de la región, se han mezclado por igual con campesinos de ascendencia hispana y africana, y no difieren sustancialmente en usos, costumbres y norma del habla de cualquier otra población campesina oriental.

Esto no fue óbice, sin embargo, para que las autoridades culturales y otros funcionarios astutos de la provincia decidieran recrear con aquellos paupérrimos lugareños un remedo de poblado taíno con todos los componentes de la tramoya a fin de atraer ingresos en divisas para sí mismos y para la provincia en lo más crudo de los años 90’.

Así, en el pobre caserío se construyeron caneyes, se crearon los espacios y se inventaron desde los vestuarios, los adornos corporales (collares de caracoles y de piedras y pinturas policromas sobre la piel), hasta los penachos de plumas que debían utilizar los lugareños, imitando la usanza de los vistosos tocados de ciertas culturas aborígenes continentales, que los animadores de la puesta en escena probablemente copiaron de viejas películas del oeste en cinemascope que antaño pasaban los domingos en las matinés de cualquier cine de barrio.

Para que nada faltara y los turistas disfrutaran de la inolvidable experiencia de un encuentro con taínos verdaderos de Cuba, hubo en la aldea cacique, behíque, rito de la cohoba, “princesas taínas”, areítos, arcos y flechas (solo de utilería, por supuesto) y hasta cánticos en un “aruaco” ininteligible que seguramente hizo revolverse en su tumba a más de un venerable antepasado de los nuevos taínos de pastiche.

Menudearon también los nombres aruacos –aunque conservando los apellidos castellanos–; así que proliferaron los “hatueyes” y los “guamaes”, e incluso algunos “atahualpas” y “monctezumas”, que a fin de cuentas cuando se trata de ganancias huelgan los resabios chovinistas.

Increíblemente, por algún tiempo el fraude taíno funcionó, y hubo más de un visitante que en medio del obligado ritual del areíto –en el cual participaban los turistas extranjeros junto a los nativos– fue poseído por el espíritu de algún belicoso tatarabuelo aborigen y cayó en una suerte de trance, al estilo del espiritismo de cordón que tanto se practica en la región oriental. Claro, muy taínamente emotivo y verídico.

Los lugareños jugaban sus nuevos roles con un entusiasmo digno de mejores causas, y se acostumbraron a vestir sus disfraces taínos ante cada grupo de visitantes, y a representar el ambiente de lo que creían debía ser una típica aldea taína, con profusión de guayos, plumas, taparrabos, burenes, fogatas y toda una batería de implementos artesanales creados para tales efectos. Todos estaban felices: los nuevos taínos se sentían importantes por primera vez en la historia de su comunidad, los funcionarios culturales y turísticos ingresaban dólares a las arcas oficiales –y sobre todo a sus sedientos bolsillos–, y colateralmente, los “indios” se beneficiaban también monetaria y materialmente. Habían descubierto que era más lucrativo y menos fatigoso ser taíno que agricultor.

Pero he aquí que los incautos

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aldeanos llegaron a creerse auténticos taínos. De manera que, cuando en uno de los encuentros anuales de la Fiesta del Caribe –que tenían como sede la ciudad de Santiago de Cuba, una de las fuentes que tributaba mayor afluencia de turismo al poblado “taíno” de Yateras– apareció un grupo de otros “taínos” similares, procedentes de Puerto Rico y representantes de una llamada “Nación Taína”, creada para reivindicar sus derechos como auténticos nativos antillanos y para reclamar indemnizaciones y la devolución de las tierras arrebatadas a sus antepasados desde la época de la Conquista, los de Yateras no quisieron quedarse atrás, y decidieron sumarse a la susodicha entelequia.

Se llenaron numerosas planillas con fotografías y datos personales de los presuntos taínos, y cada quien porfiaba tenazmente por “demostrar” su pedigrí aborigen, a fin de tener el honor de pertenecer a la intangible nación y acceder a las correspondientes compensaciones. La prensa extranjera, por su parte, había desatado toda una tendenciosa campaña sobre la existencia de “minorías étnicas” en Cuba, desencadenando así los demonios de la censura y la represión en la Isla.

Era, indudablemente, “un problema político” y un delito de contrarrevolución alentar a estos campesinos cubanos a reconocerse como miembros de una etnia particular, y muy en especial exhortarlos a reclamar derechos ancestrales. Era un crimen dividir así a la nación cubana y manipular tan aviesamente la buena voluntad de los pobladores de Yateras.

Como es de suponerse, hubo purgas. Rodaron las cabezas de los funcionarios responsables, las autoridades políticas provinciales fingieron desconocer el fenómeno de “diversionismo” que se había desarrollado frente a los desprevenidos ideólogos del PCC, los aldeanos fueron visitados y advertidos por los censores acerca de los peligros de tales tentaciones de autonomía, y –tan rápidamente como había surgido– se esfumó el mito de la aldea aborigen en el remoto oriente cubano.

O más bien se transformó, puesto que aún en la actualidad se mantienen algunas excursiones turísticas a Caridad de los Indios a fin de que los visitantes foráneos conozcan de cerca a los descendientes de los primigenios habitantes de Cuba y vean cuánto y cuán bueno es lo que hace por ellos la revolución de Castro. Se dice que, discretamente, todavía se celebra el “areíto”; es decir, una peculiar ceremonia espiritista en la que –de tarde en tarde– viene a danzar entre los vivos el espíritu inmortal del mítico Hatuey, de lo que se sienten muy orgullosos los lugareños porque, como ahora nadie los engaña, los dirigentes del PCC les han dejado bien claro que ellos descienden de ése, “el primer revolucionario cubano”.


Publicado en:https://www.cubanet.org/destacados/de-falsos-tainos-y-supuestas-novedades/