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Daniel tiene 22 años y, según afirma, jamás ha estado en prisión, no obstante, por las marcas que lleva en el cuerpo, pareciera que conoce lo que es la vida tras las rejas.
El pecho, los brazos, el abdomen y la espalda, Daniel los ha cubierto de tatuajes cuyo variado simbolismo es asociado con esas “estéticas carcelarias” que identifican a las pandillas en las prisiones de todo el mundo.
Cruces de fuego en forma de puñales, demonios enfurecidos, carpas de colores al estilo de algunos grupos mafiosos de Japón, frases que expresan dolor por la pérdida de seres queridos y, entre los dedos pulgar e índice de la mano izquierda, los tres puntos que definen ese ambiente donde “lucha” a diario por lograr su gran sueño: marcharse del país, “pa’ donde sea”.
Su historia es la de miles de jóvenes y adolescentes que emigran del campo a la capital con la esperanza de un mejoramiento en las condiciones de vida y que terminan descubriendo que aquello que pensaban como el final del camino es apenas el comienzo de una larga temporada en los infiernos:
“Vine con 17 años para casa de mis abuelos pero de ahí me botaron porque una vecina le dijo a mi abuela que yo le había robado 10 dólares (…). Mi mamá no quería que yo regresara a Holguín y yo tampoco quería volver, así que pasé cantidad de trabajo (…) yo pensaba que La Habana era lo mejor pero nada de eso, pasé mucha hambre hasta que empecé a andar con el Ruso [un amigo de pandilla] que fue el que me encaminó. (…) El Ruso fue el que me hizo el tatuaje del brazo cuando mi papá murió (…). Yo mismo me hice los tres puntos por monería (…). Las cruces me las hice junto con el del brazo cuando murió mi papá hace dos años, que era el único que me quería. Vivía en el Yuma [Estados Unidos] y me iba a mandar a buscar pero murió en un accidente”, dice Daniel que más adelante, aunque algo reticente, nos explica lo que significan los demás dibujos y símbolos que lleva en su cuerpo:
“Los pescados [las carpas tatuadas en el abdomen] me los hice porque me gustan, creo que son chinos (…) no sé bien qué significan, pero es por lucir. Son bonitos (…) Estas son y no son cruces [se refiere a las dos que lleva en el pecho], depende de cómo lo veas, para nosotros [la pandilla del Ruso] es amo
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r y dolor, si me das amor, te doy amor, pero si no… Fíjate que son cuchillos. (…) Nosotros decimos ‘Hay que dar palo pa´ que te quieran’, eso no falla con las jevas [en este caso se refiere a las mujeres. Aunque la pandilla se dedica a la prostitución masculina, no se identifican como homosexuales ni toleran a los travesti, de ahí sus enfrentamientos con Sangre por Dolor]. Los tres puntos es por sexo, dinero y lo que venga”.
Según Tony, alias “El Muñi”, que estuvo relacionado algún tiempo con Sangre por Dolor, los tres puntos tatuados tanto en las manos como en el rostro, significan “Odio a la Policía” (foto del autor)
Según Tony, alias “El Muñi”, que estuvo relacionado algún tiempo con Sangre por Dolor, los tres puntos tatuados tanto en las manos como en el rostro, significan “Odio a la Policía” (foto del autor)
La interpretación de Daniel sobre los símbolos que porta en su piel es muy personal. Según Tony, alias “El Muñi”, que estuvo relacionado algún tiempo con Sangre por Dolor, los tres puntos tatuados tanto en las manos como en el rostro, significan “Odio a la Policía”:
“Hay quien dice que eso es “chulo”, otros que es sangre, dolor y no sé qué otra cosa más, pero todo el que yo conocí, hasta donde sé, se lo hizo por “odio a la policía”. Hay también muchos pingueros [prostitutos] que se lo hacen para marcarse en el ambiente [de la prostitución masculina] y hacerle saber a la gente que no son completos [que solo penetran y que no se dejan penetrar en las relaciones sexuales con otros hombres] y que le gustan las jevas”.
Según testimonio de un guardia de prisiones que no desea revelar su identidad porque le está prohibido declarar para nuestro medio de prensa, la mayoría de esos tatuajes que usan las pandillas en La Habana provienen de la prisión pero en algunos casos ni siquiera identifican al individuo con una banda o grupo criminal:
“Muchas de esas pandillas, como Sangre por Dolor, surgieron en prisión, en el Combinado del Este [prisión de La Habana]. Después fue que comenzaron a salir a la calle. (…) Usan símbolos de las pandillas de las prisiones americanas [de los Estados Unidos], El Salvador, México pero solo por alardear porque al principio no identificaban a nadie. (…) Los tatuajes de una banda los puedes ver en otras diez más pero las lágrimas, las cruces, las estrellas, las coronas no identifican a un grupo en especial. (…) Los tres puntos creo que son ‘La Vida Loca’, es decir, mucha droga, mucho sexo y dinero, por supuesto”.
Para María del Carmen Cordero ―socióloga que ha estudiado el tema de las pandillas en Centroamérica y que desarrolla una investigación sobre el fenómeno en Cuba―, la simbología de los pandilleros cubanos no es totalmente identificativa, sino más bien imitativa y heterogénea:
“En Centroamérica, en los Estados Unidos, en Europa la simbología es muy específica, cada cosa tiene su exacto significado y son marcas de identidad. No hay nada dejado al azar o al gusto, como aquí. Todo significa y todo habla de la vida de ese individuo que porta en su cuerpo digamos que su “hoja de ruta”. (…) Aquí también los tatuajes hablan del individuo pero no hay un código, como sucede, por ejemplo, con las Maras, en el Salvador. (…) En Cuba el fenómeno de las pandillas no es nuevo. Hubo pandillas en los 80, en los 90 y ahora vivimos una verdadera explosión. (…) En los 80 todo el mundo oyó hablar de los Diez Negritos, cuando aquello se proyectaba en televisión una serie [basada en la obra] de Agatha Christie. No se ha escrito sobre eso pero se dice que llevaban marcas de identidad muy específicas (…), se dedicaban a robar, a asaltar. (…) Pero me he encontrado con hombres y también mujeres en Cuba que se tatúan lágrimas en la cara sin haber matado a nadie o haber perdido a un ser querido, solo por ‘estética’, ni siquiera pertenecen a una banda. Por otro lado, te encuentras miembros de pandillas que usan las mismas marcas que sus adversarios. (…) Los tres puntos no es una marca de identidad en las pandillas, ni aquí ni en ningún lugar del mundo. Tiene mil significados y todos son el verdadero. (…) A mí me preocupa mucho más que se esté poniendo de moda la esvástica, eso no es nada bueno”.
Tatuarse una lágrima en el rostro indica dolor o venganza. Algunas pandillas en La Habana comienzan a usar esta imagen.
Tatuarse una lágrima en el rostro indica dolor o venganza. Algunas pandillas en La Habana comienzan a usar esta imagen (foto cortesía del autor)
Llama la atención que uno
de los tatuajes más usados por las pandillas criminales de La Habana sea la esvástica. El símbolo fascista ha sido estampado en muros y columnas de toda la ciudad. En zonas populosas como Centro Habana o Diez de Octubre, ya no causan asombro estas marcas que algunos ingenuos pudieran asociar a una broma de muchachos cuando en verdad revelan la existencia de un fenómeno de impredecibles consecuencias ya que pudiera estar relacionado con los sentimientos regionalistas, acrecentados por las leyes migratorias internas que han dividido a la sociedad cubana en diversas categorías de ciudadanos, en dependencia del lugar de nacimiento.
Yunior, joven guantanamero perteneciente a una pandilla dedicada a la prostitución y al juego de azar, nos comenta al respecto: “Eso es un grupito pero no tiene que ver con el racismo ni nada de eso. Entre ellos hay incluso dos o tres negros. Lo que pasa es que son de La Habana, Matanzas, Pinar del Río, Cienfuegos o también de Oriente pero que llevan mucho años en La Habana y se creen que por eso son habaneros y la cogen con los orientales, nos llaman palestinos (…), le piden dinero a los chamaquitos recién llegados que vienen a la lucha [a prostituirse], los acribillan, le quitan todo lo que ganan. Hay uno que siempre está por aquí [Parque de la Fraternidad] que vive llegando a la Terminal de Trenes. Le dicen El Coqui. (…) Yo viví en ese edificio y creo que todo el mundo es de eso. Tienen la cruz de los nazis y varias estrellas o en las manos, o el pecho o las piernas. (…) En la barbacoa de su casa [de El Coqui] me dijeron que tiene como a tres o cuatro pingueritos que trabajan para él solo por techo y comida porque aquello es un asco. Él se la pasa jugando chapita por ahí por [la calle] Monte”.
A diferencia de ese país idílico dibujado en el discurso oficial, pudiera haber otra Cuba tatuada en los cuerpos. Leer las marcas en los muros de la ciudad, descifrar los significados de los tatuajes en la piel de esos hombres y mujeres cuyas vidas solo valen lo que la gente quiera pagar, pudiera hablarnos de un país apenas revelado y muy distinto, tal vez en las antípodas, de aquel otro que solo unos pocos cubanos pueden vivir desde la experiencia del placer y no desde el dolor y la sangre al interior de las pandillas.
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